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miércoles, 9 de marzo de 2011

Un texto de Osvaldo Bayer: Las tumbas sin cruces

“Sostenemos que en los hechos patagónicos hubo dos crímenes: fusilar prisioneros y obligar –mandar es obligar- a jóvenes de 20 años –los soldados- a matar vidas humanas, dejándoles una mancha en su conciencia para todas sus vidas. Este último tal vez sea el crimen más grande cometido por los gobernantes de ese tiempo y por los jefes militares que actuaron como ejecutores.
Los responsables fueron los gobernantes, pero no por eso podemos justificar a Varela. Si comenzáramos a justificarlo y siguiéramos por ese camino terminaríamos por aceptar las razones de los carceleros de Auschwitz.
¿Conclusiones? No puede haber conclusiones, salvo mirar cada vez más azorados la ecuanimidad de Dios. Esa ecuanimidad que premia a los fuertes y prescinde de los débiles. Y si no es así, volvamos a las primeras páginas del libro, cuando tomamos, al azar, la vida de un hombre fuerte: Mauricio Brun, hijo de aquel Elías Braun venido de Rusia, que había levantado con su mano y energía una de las dos grandes fortunas patagónicas.
Cuando todo aquello de las huelgas patagónicas había sido olvidado, cuando ya nadie sabía quién era Wilckens o ‘Facón Grande’, Outerelo o Wladimirovich, cuando el viento patagónico había borrado hasta la última tumba de los fusilados, un hombre fue reverenciado en todas las ciudades australes de la Argentina y Chile. Fue en 1967. Se hicieron homenajes a su memoria, a los que concurrieron los empleados con sus mejores trajes, gobernadores, ministros, jefes de policía, jefes de regimientos, subprefectos, obispos, párrocos, familias con sus vestidos de domingo: en todas las sucursales de la Sociedad Anónima se recordó el centenario del nacimiento de Mauricio Braun. Centenares de artículos periodísticos se escribieron en su recordación y se oficiaron decenas de misas en todo el territorio patagónico en memoria del alma de Mauricio Braun.
Leamos estas líneas escritas nada menos que por el padre salesiano Raúl Entraigas (1), uno de los historiadores fundamentales de la Patagonia. Dice así, recordando al matrimonio Braun-Menéndez, síntesis de ls fortunas patagónicas más grandes:
Ambos cónyuges derramaron el bien a la vera del largo camino que les tocó recorrer. Cuando cumplieron cincuenta años de feliz unión matrimonial (2) me invitaron a mí  para que les rezara la misa de oro. Y la rezaron con todo afecto y con toda emoción. La basílica de San Carlos (3) estaba atestada de fieles. En esos días nacía el quincuagésimo nieto; rasgo delicado de la Providencia: cincuenta años de casados y cincuenta nietos que besaban sus frentes encanecidas…  terminada la misa, un obispo amigo de la familia impartió el sacramento de la confirmación a los nietos que aún no lo habían recibido. Por la tarde, en la casa solariega de la calle Ayacucho, en pleno barrio Norte de Buenos Aires, se hizo una función teatral en honor a don Mauricio Braun. Actuaron como artistas todos los nietos que reunían condiciones y pusieron en escena una obra francesa. Fue en la fiesta cuando doña Josefina Menéndez Behety, la esposa de don Mauricio Braun, confió al sacerdote que escribe estas líneas un secreto: terminadas las celebraciones de las Bodas de Oro, ese edificio, la residencia, sería derruido y en su lugar se levantaría un templo que sería la concreción de la gratitud a Dios de dos almas igualmente piadosas por los beneficios recibidos en medio siglo de vida fecunda. Éste es el origen de la hermosa y devota iglesia del Patrocinio de San José.  La señora Josefina Menéndez Behety de Braun quiso que estuviera dedicad a su santo patrono. Después he visto a don Mauricio Braun varias veces; él, con su sonrisa tan suya que era como si su alma de hombre bondadoso se asomara a sus ojos. Él, con toda justicia puede sobrenominarse don MAURICIO, EL BUENO.
Esta es la realidad. Kurt Wilckens con una lápida de lata, y un nombre que ya nadie recuerda, absolutamente desconocido  entre las jóvenes generaciones de trabajadores y estudiantes argentinos. Antonio Soto no tiene una sola línea en todas las ediciones de historia del sindicalismo argentino. El gallego Outerelo, el entrerriano Facón Grande, el alemán Schulz, el chileno Farina, Albino Argüelles… nombres sin eco en las soledades patagónicas. Germán Boris Wladimirovich, muerto encogido, como un perro de basural, con gusanos en la nariz. Nunca llegó la mano piadosa de algún fraile descalzo a ponerle a ninguno de ellos siquiera una cruz de palo. Ni un padrenuestro murmurado rápidamente para que Dios los perdone por la debilidad de pedir por los feos, los pobretes, la piojería.
Pero a José Menéndez y a Mauricio Braun los recuerda perennemente la capilla del Patrocinio de San José, en el solar de Ayacucho 1064, en pleno Barrio Norte de Buenos Aires.”

BAYER, Osvaldo. La Patagonia rebelde. Edición definitiva. Buenos Aires, Booket, 2010. pag 499-502

Notas de Patagonia Textual: 1) nacido en San Javier, cerca de Viedma, en 1901, murió en Buenos Aires en 1977; 2) en 1945; 3) en el porteño barrio de Almagro.














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